Wim Wenders y Henry Alekan, conversando detrás de un pupitre mientras la luz y el ambiente creado por ellos suspenden el tiempo como en una tarde sin nombre ni apellido, un equipo pequeño se mueve imperceptiblemente, casi al punto de desaparecer, la suavidad con que hablan los personajes imita los momentos de descanso silencioso de mi abuela con el sol sobre su rostro arrugado por el norte de Perú.
Al despertar recordé que mi sueño había sido en blanco y negro y me alegré del viaje a ese lugar donde solo se puede llegar a través de los sueños.
Alas del deseo me recordó el estado que experimento cuando voy a un lugar desconocido, pues al llegar a este, no existen los prejuicios, el bien y el mal cohabitan apaciblemente al punto de transformarse uno en otro naturalmente y cada paso es un viaje a la luna de ida sin retorno.
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