Se avistan nuevos paisajes, el fin de un camino es el comienzo de muchos más, se va la noche, se lleva la oscuridad, la luz amarillo verdosa que parpadeaba era el sol acariciando el bosque y el bosque festejando los coquetos rayos.
Todo se transforma y asusta creer en ello, tal vez por que pensar así nos deja ver el abismo que hay entre nuestra pequeña razón y la naturaleza de las cosas, que de tan simple que es, se nos pierde de vista.
Cruzar el túnel fue necesario, es necesario, será necesario, lo bueno fue saber que siempre hay un final y que ese final, avista nuevos horizontes para recorrer.
Ahora cruzar el bosque, sentir el crujir de la nieve y sonreírle al viento sobre las mejillas, respirar con alegría y caminar pisando más fuerte.
Se viene la primavera, ya casi pasamos agosto y es hora de soltar al viejo invierno, limpiar, botar los trastos viejos y preparar el florero, que los cerezos japoneses y los magnolios anuncian la temporada de sobre vuelos sobre el desierto florido, conciertos veraniegos, viajes al mar.
Va ser hora de viajar, sin temor a dejar las historias de atrás, sin rencor, sin miedos, solo con paz.
Me acuerdo de una película romanticona que se llama “Bajo el sol de Toscana” de Audrey Wells, que habla del milagro de la transformación en los viajes, que me hizo reconocer que era muy románticon y que tenía que ser tolerante con mi romanticismo, la vida es un viaje, el viaje es vida.
Hoy me alegra saber me gusta viajar, que me gusta vivir el misterio de lo nuevo y la sencillez del caminar en libertad.
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